Para festejarlo trascribo aqui un extracto del ramayana.
II. DEL POR QUÉ RAVANA NO PUDO SER INVULNERABLE
Glorifican los hombres a Vishnu, el dios resplandeciente, que con Surya comparte los
rayos del astro del día. Vishnu, dios de la luz, a cuya mirada no se ocultan las acciones
de los hombres perversos y que ilumina con su brillo las mismas fuerza del mal; Vishnu,
el incansable, libra todos los días el combate con las tinieblas y sale victorioso!.
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El insolente Ravana, príncipe del mal, comprendiendo que no podía competir con la
gloria de Vishnu, pidió al dios Brama, el de los cien mil rostros, que le concediese al
menos el don de ser invulnerable; que su cuerpo se viese para siempre libre del peligro
de la espada cortante, de la flecha y el dardo. Quiso vender a los dioses la paz de que
gozan, y renunció a luchar directamente contra ellos a cambio de que éstos le
otorgasen la virtud que sus tiros y sus rayos no pudiesen herirle. Esto fue lo que pidió
el atrevido.
Tardó mucho el poderoso Brama antes de contestar a tal demanda. Su majestuosa
cabeza, en que se reflejaban los infinitos aspectos de la Creación, permaneció largo
tiempo meditando, y al fin, con un leve movimiento afirmativo, concedió a Ravana lo
que le pedía. Saltó de gozo tres veces el malvado ante la presencia de Brama, y no
pensó en escrutar la impenetrable sonrisa de los cien mil rostros que todo loven.
Ravana, el insolente, pidió que su cuerpo se hiciera inmune a la lanza de Indra, que es
el rayo, y siega los árboles en la tormenta y los guerreros en la batalla. Pidió ser
insensible también al ardiente dardo de Surya, que traspasa la más densa oscuridad y
envía su mensaje a las estrellas. Pidió así mismo que los Maruts, los vientos
desencadenados, nada pudiesen contra él ni sus ejércitos de espíritus infernales.
Volvía sus ojos hacia todos los rincones del cielo, buscando aquí y allá qué poder, qué
arma o qué proyectil de los dioses señalaría con su dedo, indicando que también a
aquello deseaba ser invulnerable.
Y cuando en su exigencia, se creyó bien protegido, contra todas las fuerza celestes, se
retiró de la presencia de los dioses meditando en su corazón siniestros propósitos.
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Las maldades de Ravana y de sus espíritus no tuvieron punto de reposo desde aquel
día. Lanzaba su pestilencia sobre la tierra y se abatía sobre los hombres indefensos,
sin respetar al pobre ni al rico, al sacerdote ni al guerrero, al navegante ni al labrador.
Había cumplido su pérfida palabra. Sus esclavos, los malignos raksas, se abstenían de
mover guerra a los dioses, pero se cebaban en el hombre, que no tenía contra ellos
ningún poder. Los mortales se hundían en el mal y en la enfermedad, en el odio y en la
muerte. Y de tal manera abusó Ravana del privilegio que Brama le había concedido,
que Vishnu no lo pudo soportar, y, anticipándose a los pensamientos sublimes de su
señor, se presentó ante él y le dijo.
–¡Oh Sabio! Se ha cumplido el plazo de prueba, los desastres se abaten sobre la
Humanidad y Ravana, el perjuro, cree que nos ha engañado. Nosotros debemos
mantener nuestra palabra y no atacarle con nuestras propias manos. El muy fatuo
creyó que sólo los dioses podían herirle, y cuando pasó revista a todas las armas
celestes se olvidó del hombre, al que menospreciaba. ¡Es preciso que un héroe, entre
los hombres, tome el arma de la venganza, y yo, absteniéndome de herir, guiaré su
brazo vengador!.
Obteniendo el consentimiento de Brama, que lo había previsto todo, Vishnu y los demás
dioses dispusieron que viniese al mundo Rama, el héroe invencible, que por no ser más
que un hombre podía herir con su mano al insolente Ravana, el cuál sólo era
invulnerable contra las armas divinas.
Y de esta manera vino al mundo Rama. Su fuerza invencible estaba destinada a
humillar al que intentó engañar a los dioses y sólo había conseguido engañarse a sí
mismo.
Hare Rama.